Domingo Palomo

La Puri se abrochaba el sostén de mala gana y con prisas, a la pata coja intentando alcanzar con el pie derecho su malgastado y minúsculo pedacito de ropa que solía llevar como minifalda. Mientras, Pancho, manos apoyadas en su enorme y peluda barriga, se la miraba con ojos somnolientos y medio cerrados debido en parte, a su atípico madrugón, y por otra, el humo peristente de ese cigarrillo matutino que se acababa de encender que le acertaba continuamente en sus ya de por si irritados cuencos oculares.
La luz, aunque rallada, era perfecta, naranja y nítida, como ese tequila sunrise que le habido llevado hasta esa cama de mala muerte, coxambrosa y pecaminosa. Quedose Pancho hipnotizado ante ese momento de perfección pura e efímera. La noche había estado genial, como pocas, pero esa belleza embriagadora del momento era la que le mantendría enganchado a toda esa mierda durante tantos años.
30 años más tarde... hoy. En ese mismo lugar. Fotos.